Aldo A. Toledo Carrera.
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
Una vez obtenida la paz, el emperador Carlomagno pudo emprender las reformas que él creía necesarias para conservar la estabilidad de su reino. Siguiendo el ideal agustiniano del Cristianismo, no sólo como regeneración bautismal a nivel del individuo sino también del Estado, llamó a su corte a hombres de distintas partes del orbe —de Hispania, Italia, Galia e Inglaterra— para continuar la tan requerida renovatio studiorum que su padre, Pipino el Breve, había emprendido mas no completado. El emperador estaba convencido de que, para terminar esta renovación de los estudios, uno de cuyos objetivos principales era la formación de clérigos capaces de hacer labor exegética de las Sagradas Escrituras, era menester comenzar por la renovación del vehículo de los mismos, el latín, que tan grande deterioro había sufrido en la Iglesia durante el período merovingio. Alcuino de York, hombre de inmenso saber, fue puesto a cargo de la schola Palatina y la biblioteca de la corte para este fin. La biblioteca fue enriquecida con amplios volúmenes de la Antigüedad y los Padres de la Iglesia, procedentes de Northumbria gracias a la cultura monastica anglolatina, pilar de la supervivencia de la literatura latina. Por órdenes del emperador y bajo su celosa mirada, estas obras se copiaron en las abadías reales, con el fin de extender el saber a todas partes del imperio. Tras la muerte de Luis el Piadoso, hijo y sucesor de Carlomagno, en el año 840 y la consecuente división del reino entre sus hijos, Aquisgrán cayó en el olvido, pero su colección de volúmenes se repartió entre los nuevos núcleos del saber, donde fueron copiados ininterrumpidamente y enviados a otros centros, asegurando así la conservación del saber antiguo.
El danés Birger Munk Olsen, autor del célebre I classici nel canone scolastico altomedievale, propone en su artículo “La Réception de la Litterature Classique au Moyen Âge” la recepción de los autores de la Antigüedad en relación directa con el número de manuscritos conservados. Advierte que este trabajo está sujeto a muchas variantes, pues es un estudio que depende de la conservación del número de obras, copiadas durante la Edad Media; además, no hay que olvidar que los resultados podrían no reflejar la realidad de la existencia de las dichas copias, dado que muchas pudieron perderse por factores tan dramáticos, como una guerra o un incendio, o por otros más diminutos pero no menos destructivos, como los hongos y los ratones. Es, pues, un estudio que depende de lo que hemos conservado, no de lo que realmente hubo y el paso del tiempo destruyó. Sin embargo, esto no quiere decir que nuestros conocimientos sobre la conservación de los autores clásicos –y, por ende, de la formación del canon latino en la Edad Media occidental– estén basados en hipótesis vagas. Afortunadamente, no sólo han sobrevivido los manuscritos físicos –que, con esfuerzo, se han recuperado, especialmente a partir del humanismo italiano, asegurando su supervivencia– sino también los grandes catálogos de las bibliotecas donde se almacenaron y copiaron los autores clásicos, en espera de su inmortalización, consumada por la labor de los humanistas renacentistas. Ambos factores pueden darnos una muy buena idea sobre lo que estaba sucediendo en los scriptoria de la corte carolingia y los monasterios: a quién se leía, a quién se imitaba y quién educaba a los hombres del siglo ix en adelante.
Según la lista Diez B. 66, quizá un catálogo parcial de los libros de la biblioteca de la corte carolingia, Lucano, la Tebaida de Estacio, Terencio, Juvenal, Tibulo, el ars poética de Horacio, Claudiano, Marcial, algunos discursos de Cicerón y fragmentos de los bella e historiae de Salustio, curiosidades como Gracio con su cynegetica y Estacio con sus silvae formaban parte de la extensa lista. Los mejores manuscritos de Lucrecio y Vitruvio proceden de ahí. Al mismo tiempo, comienzan a florecer las bibliotecas de Corbie y Tours, que, luego de la decadencia de Aquisgrán, tomarían su lugar. En ambas, por ejemplo, se copió un manuscrito italiano del siglo V de Livio, que se encontraba, seguramente, en la biblioteca carolingia. Corbie, además, albergó una gran colección de Cicerón, Livio, Salustio, Columela, Séneca el Mayor, Plinio el Joven, el bellum Gallicum de César ―obra, por lo más, poco copiada en los scriptoria medievales―, ad Herennium, Macrobio, Estacio, Marcial, las Heroidas y Amores ovidianos ―otra obra de poca difusión durante este período―, Terencio, Vitruvio y Vegecio. Otras colecciones iban, poco a poco, acrecentando su acervo para, luego, competir con San Martín de Corbie: Fleury, Ferrières, Auxerre, Lorsch, Reichenau y San Galo.
Volviendo al trabajo de Munk Olsen, para su investigación eligió el período entre los siglos ix y XII, puesto que los catálogos de esta época son más exhaustivos y arrojan datos más certeros. Además, elaboró una tabla en la que enumera el total de manuscritos conservados de autores clásicos, limitándola a aquellos que sean más de cincuenta.
Gracias a esta información, pueden concluirse diversos aspectos sobre la recepción de la literatura latina:
1) Virgilio, considerado —al menos en el siglo IX— un profeta precristiano que anunciaba la llegada de Cristo, era el único autor pagano cuyas tres obras eran ávidamente estudiadas y convivían con los poetas cristianos Prudencio, Próspero y Sedulio. Esto se refleja en el número, siempre alto, de manuscritos a través de cuatro siglos. Puede verse, además, la preferencia creciente de la Eneida sobre las otras dos obras, los georgica y las eclogae, copiadas aparte por su extensión. Este proceso fue esencial en la formación de un canon y se volvió una tendencia que, hasta el día de hoy, perdura. Curiosamente, en el caso de las otras dos obras, la preferencia está invertida el día de hoy: los georgica son la obra menos estudiada de Virgilio.
2) Los poetas, no los prosistas, son los educadores latinos paganos de la Edad Media, cuyo estilo y vocabulario permea incluso en la prosa. Virgilio, Lucano, Horacio, Juvenal, Persio y, en último lugar, Ovidio tienen un lugar preponderante en la labor de los scriptoria y el estudio del latín. Al contrario de lo que popularmente se dice acerca de cómo el Cristianismo prohibía la lectura de libros “poco edificantes”, por no decir “impropios de acuerdo con la doctrina cristiana”, esta lista muestra lo contrario: las muchas veces salaces Sátiras de Horacio tienen una posición privilegiada sobre muchos otros autores paganos e, incluso, sobre otras de sus obras; pero, como puede deducirse del número casi constante, todas sus obras solían copiarse en el mismo grupo de folios. Juvenal es más copiado y leído que el moralista Terencio. Las Metamorfosis es la única obra de Ovidio que aparece en la lista y está en los últimos lugares pero, aun con su contenido pagano lleno de traiciones, incestos y estupros, no pueden preterirse; las Heroidas y los Amores descansaban en los estantes de Corbie. La guerra fratricida de la Tebaida de Estacio era un favorito de la Edad Media, un autor cuya épica, junto con la de Virgilio, era digna de imitarse; de sus Silvas sabemos, al menos, que estuvieron entre las colecciones de la corte de Aquisgrán, pero fuera de ahí tardaron mucho tiempo en ver de nuevo la luz. En el mismo tenor, se encuentra la Farsalia de Lucano, la gran obra poética y retórica sobre la guerra civil, en la que el enemigo de Roma era Roma misma. Es cierto que, en el ramo eclesiástico, muchos, siguiendo a San Benito, levantaron no pocas veces la voz contra la lectura de los paganos por ser perjudicial a la doctrina cristiana institucionalizada, pero eso no impidió que se continuara la labor, comenzada en época carolingia, de reproducción de textos de la Antigüedad Clásica.
3) Cicerón y Salustio son los únicos prosistas que figuran en la lista. Del primero, sin embargo, no resaltan sus discursos ni las cartas ―las que fueron un redescubrimiento de Petrarca― sino su obra oratoria y filosófica: el de inventione y su espuria rhetorica ad Herennium fueron los manuales para la enseñanza del trivium, pues Quintiliano todavía permanecería unos siglos esperando ser encontrado y ampliamente estudiado por Poggio Bracciolini; el de officiis, por su parte, representa la discusión filosófica junto con su tratado sobre la amistad, el Laelius; finalmente, el somnium Scipionis se copiaba y leía separado del de republica, venía usualmente acompañado del comentario de Macrobio y se copiaban ambos en los mismos folios. Salustio es el único historiador de amplia difusión en la Edad Media.
4) También se encuentra una curiosidad de la Antigüedad: el poco conocido texto de Solino, los mirabilia, un resumen de la geografía que describe Plinio en su historia naturalis. La obra de Plinio el Viejo era tan extensa que difícilmente se copiaba íntegra, pues ocupaba demasiados folios, material muy preciado en la Edad Media.
5) Las dos obras que no pertenecen al uso escolar son las epistulae ad Paulum de seudo-Séneca y las epistulae ad Lucilium, éstas sí del filósofo romano. Autor muy querido por los cristianos por su estoicismo, doctrina asimilada en muchos aspectos por los escritores cristianos, gozó de gran prestigio durante la Edad Media, en detrimento de su obra “científica”.
A pesar de todo, esta lista es muy pequeña en comparación con la gran cantidad de obras, de los mismos autores clásicos, que no se han mencionado aquí. ¿Qué pasó con ellas? ¿Dónde estaban? Muchas de ellas quedaron en las estanterías de las bibliotecas, esperando ser encontradas. El gran historiador Livio quedó desmembrado en diferentes partes de Europa: su quinta década, copiada en el monasterio de Lorsch, es la única fuente que tenemos. Su biblioteca albergaba, además, una de las raras copias de las epistulae de Cicerón, y copias del norte de Italia de el de beneficiis y de clementia de Séneca, entre otros. El único manuscrito medieval superviviente de los Argonautica de Valerio Flaco fue copiado en Fulda. De aquí mismo, salieron los libros 1–6 de los annales de Tácito, para luego ser conservados en Corvey. Fleury fue un centro importante para Quintiliano y el bellum Gallicum. Ejemplos como éstos hay muchos. Sin embargo, no gozaban la misma seguridad que las obras mencionadas en la lista incluida en este trabajo, pues el único manuscrito carolingio de alguna obra, almacenado en alguna biblioteca sin ser copiado, era susceptible de desaparecer para siempre ante cualquier accidente: Catulo, Propercio, Petronio y Tácito estarían perdidos de haber sido así.
Bibliografía
Bischoff, Bernhard, Paläographie des römischen Altertums und des abendländischen Mittelalters, Berlin: Erich Schmidt Verlag, 2009.
Bowen, James, A History of Western Education, vol. II, Londres: Methuen & Co Ltd, 1975.
Hildebrandt, M. M., The External School in Carolingian Society, Leiden: E.J. Brill, 1992
Munk Olsen, Birger, “La réception de la littérature classique grecque et latine du ixème au xiième siècle. Une étude comparative”, Classica, Brasil: 19.2, 167-179, 2006.
Reynolds, Leighton D. y Nigel G. Wilson, Copistas y Filólogos, Madrid: Gredos, 1986.