La biografía en la Antigüedad Clásica y la vita Karoli

Aura García-Junco Moreno

Facultad de Filosofía y Letras-UNAM

La historia del género biográfico se remonta a la Antigüedad Clásica.[1] El primer caso de una obra biográfica del que tenemos noticias es Vidas Paralelas (Βίοι Παράλληλοι) de Plutarco (46/50-120), que agrupa 23 biografías de gobernantes y militares célebres, siempre contraponiendo un personaje griego a uno romano, de acuerdo a características que les fueran similares. Después de ésta, es relevante la obra del romano Cornelio Nepote (100-25 a.C), De viris illustribus, un compendio de biografías de generales, gobernantes y artistas. Alrededor del 126 d.C., Suetonio escribe De vita Caesarum, una obra que se compone de las biografías de Julio César y los once primeros emperadores romanos y que servirá como modelo para algunas biografías medievales, como veremos más adelante. Tenemos también un ejemplo importante de biografía en la Historia Augusta, escrita por distintos autores y de datación problemática (la fecha límite se establece alrededor del siglo III). Ésta última continúa las doce vidas de Plutarco, es decir, desde el emperador Adriano hasta Carino.

Todas las obras anteriores comparten características comunes: incluyen cierto grado de mitificación alrededor de las vidas de los personajes que biografían; son también altamente anecdóticas y tienen huecos temporales que los autores no intentan reparar. En abundantes ocasiones, los personajes biografiados son tan lejanos temporalmente al autor que se han vuelto una especie de mito; este es el caso, por ejemplo, de Solón con respecto a Plutarco o Milciades con respecto a Cornelio Nepote. Jean Favier nos da una perspectiva moderna de este problema cuando, en su estudio de 1999, nos habla del caso del emperador Carlomagno: “since the personage constructed over the centuries for the most part overlays the man […] I have to say to my reader: the word ‘biography’ is not well suited to a book on Charlemagne.”[2]

Esto evidencia la dificultad historiográfica que supone realizar una biografía de cualquier personaje histórico que haya devenido personaje literario. Capas y capas de aseveraciones arbitrarias se sobreponen a los pocos datos fidedignos que existen y se vuelven imposibles de separar por completo.

Carlomagno, Milciades, Solón, Alcibiades, Pericles, e incluso personajes más cercanos temporalmente a los biógrafos mencionados, como Catón, han sido rodeados de una investidura mitificante que hace muy difícil al biógrafo dilucidar los datos reales de las construcciones posteriores. En la mayor parte de los casos, no hay testimonios directos de los personajes y, en ningún caso, los autores estuvieron en contacto directo con sus objetos de estudio.

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Tomando en cuenta lo anterior, cuando se habla de “biografía antigua” se debe pensar en la finalidad moralizante de reportar la vita de hombres ilustres. Si bien en el estudio clásico editado por Dorey, Latin Biography, en general se denosta a los biógrafos por sus imprecisiones históricas y omisiones, los estudiosos posteriores tienen una visión más benigna con respecto al género. De ninguna manera se tratan de catálogos históricos extensivos:[3] el biógrafo se centra en un personaje específico, por lo que las cronologías y eventos relevantes fuera de éste pueden ser trastocados. Las omisiones pueden ser incluso deliberadas con el objetivo de causar un mayor efecto en el lector y resaltar los atributos morales del protagonista.[4] Así pues, las pretensiones de objetividad moderna quedan relegadas en favor de la didáctica.

Estas obras también presentan características estilísticas en común: la brevedad de las vitae, la utilización de listados de actividades, prosa poco ornamentada y un vocabulario repetitivo y formulario que a menudo se reutiliza para distintos personajes.[5] Es, al final, la moral misma, la idea del personaje irreprochable que sirve de ejemplo, la que lleva a elegir los individuos biografiados. No se elige a ningún Tersites para dedicarle páginas.

A partir de la Antigüedad Tardía, la biografía secular desaparece casi por completo dejando paso a la recién surgida hagiografía. El héroe profano deja de ser objeto de emulación moral, en privilegio del personaje sacro. Debido a esto, quedan pocos vestigios de obras con contenido biográfico —que no plenamente biografías— durante este periodo y la alta Edad Media. Repasemos las más notorias de éstas: una de las primeras obras de este genero es una epístola de Sidonio Apolinar (431-487) en la que hace una alabanza Teodorico II (430). No se trata de una biografía en toda regla, sino más bien de una alabanza que incluye elementos biográficos para apoyar la exposición de los méritos del rey visigodo. La epístola se conservó durante la Edad Media y sirvió hasta cierto punto como fuente para otras biografías posteriores.[6] Del siglo VII también se conservan fragmentos de una biografía escrita por Julián de Toledo (642-690) titulada Historia Wambae regis. La historia del rey Wamba es un conjunto de cuatro textos relacionados entre sí. La narración parte de la coronación del rey Wamba en Toledo en 672 y abarca las dos rebeliones en su contra y la posterior recuperación de la corona.[7] Si bien la obra expone algunos aspectos de la vida del rey anterior a la coronación, como se puede observar, no se trata propiamente de una vita, ya que tan solo se centra en una serie de sucesos particulares de la vida del rey. Sin embargo, Julián de Toledo, a diferencia de su antecedente franco, sí cumple cierta faceta de la narrativa de vida, ya que ahonda en la personalidad del rey, así como sus características morales. Al parecer, Suetonio es una de sus fuentes estilísticas.[8]

Le sigue la biografía-panegírico en verso escrita por Ermoldo el Negro a Ludovico I, padre de Pipino: Carmina in honorem Hludovici. La obra fue completada entre 826 y 828 mientras Ermoldo permanecía en el exilio.[9]Ermoldo convivió de cerca de los individuos sobre los que escribió, por lo que dispuso de información privilegiada para su composición. Por otro lado, Ermoldo es una fuente poco fidedigna de la vida de Ludovico I, pues su objetivo primordial era persuadir al descendiente del rey de que lo admitiera de nuevo en la corte de la que había sido exiliado. La clasificación de la obra como biografía resulta entonces conflictiva y el peso de la balanza se inclina hacia el género panegírico y a la vez hacia el tópico de la historia magistra vitae.[10]

Al final, los ejemplos anteriores, si bien no constituyen “biografías modernas”, sí son eslabones en la historia de este género literario. Eginardo, de quien a continuación hablaremos, representa sin duda un parteaguas pero es toda la tradición de alabanzas al poderoso la que sienta las bases del desarrollo de la biografía en la Edad Media.

Llegamos, pues, a la que puede ser considerada con justicia como la primera biografía en la Edad Media, la vita Karoli de Eginardo, escrita alrededor del 828.[11] Esta obra es relevante en muchos aspectos. Eginardo vivió dentro de la corte de Carlomagno por un largo periodo de su vida y tuvo influencia en las decisiones tanto de éste como de Ludovico Pío. Disponía, al igual que Ermoldo, de información directa sobre el emperador. La biografía recorre toda la vida de Carlos, a excepción de la infancia, de la que dice no tener datos fidedignos. Hay pues, desde el inicio, una pretensión de apego a los hechos que se ve reforzada con una enumeración aparentemente pormenorizada de las batallas y costumbres de Carlomagno. Todo en la narrativa, desde la descripción física del emperador hasta sus batallas ganadas y perdidas, parece indicar que Eginardo rinde tributo a lo que enuncia en el prólogo cuando enlista las razones por las que escribe: “nadie podría escribir con más veracidad que yo estas cosas en las que estuve presente y que, como se dice, vi con mis propios ojos.”

A la vez, Eginardo no se desprende del todo de la tradición panegírica como también se percibe en el prólogo: “[…] me dispuse a escribir la vida, las relaciones y gran parte de las hazañas de mi señor y padre adoptivo, Carlo, merecidamente el más sobresaliente y glorioso rey”. Eginardo pretendía hacer resurgir la reputación del rey de entre las críticas a su reinado y persona y la serie de rumores que se desataban alrededor de su figura entrado el reinado de Ludovico Pío. Para este fin, toma una serie de decisiones estratégicas que le permiten construir el personaje de Carlomagno como el soberano ideal, pero a la vez como un hombre real del que podemos intuir en cierta medida el carácter y costumbres, la vida interior. Vita et conversatio et res gestae, dice Eginardo en el prólogo.

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Uno de los cambios importantes que presenta esta biografía sobre las obras anteriores es su enfoque secular. Las esporádicas menciones a factores religiosos funcionan solamente para respaldar la personalidad y cualidades de Carlos. En este caso decide escribir una vita en la que el rey Carlos no quede eclipsado por ningún factor externo; “[Einhard's] sense of greatness could not be simply Christian.”[12] El estilo marcadamente ciceroniano de la obra, así como la extensiva utilización del modelo suetoniano sirven también para respaldar esta pretensión.

Así, la vita Karoli presentan una combinación nueva de elementos que serán fuente fundamental para las biografías posteriores.

 

[1] Hablamos aquí de biografías literarias que tiene como pretensión exclusiva narrar la vida de un personaje en específico. Hay otras obras antiguas que narran la vida de los hombres con otros fines variados, como por ejemplo las odas pindáricas (522-443 a.C) en Grecia o las laudatio funeris (elogios a los familiares recién fallecidos) en Roma. Hay también fragmentos de las llamadas biografías peripatética, cultivada por el círculo de Aristóteles; parece ser que tenían una orientación historicista. Cfr. Yolanda García (intr.), Biografías Literarias Latinas, Gredos, Madrid, 1985, passim.

[2] Jean Favier, Charlemagne, Fayard, Paris, 1999, p. 8, apud Janet L. Nelson, “Writing Early Medieval Biography” en History Workshop Journal, No. 50 (Otoño, 2000), Oxford University Press, p. 131.

[3] Molly M. Pryzwansky, “Cornelius Nepos: Key Issues and Critical Approaches” en The Classical Journal, V. 105, 2009, p. 100

[4] Ídem

[5] Molly M. Pryzwansky, Op. cit. p.101

[6] Thomas F. X. Noble, “Introducción” en Charlemagne and Louis the Pious: Lives by Einhard, Notker, Ermoldus, Thegan and the Astronomer, Pennsylvania State University Press, Pennsylvania, 2009, p. 3

[7] Joaquín Martínez Pizarro, “Introducción” en The Story of Wamba: Julian of Toledo’s Historia Wambae Regis, Catholic University of America Press, s.l., 2005, p.3

[8] Ídem

[9] Godman, Peter, Poets and Emperors: Frankish Politics and Carolingian Poetry, Oxford University Press, Nueva York, 1987, p. 108.

[10] Dolores Carey Fleiner, In Honor of Louis the Pious, a Verse Biography by Ermoldus Nigellus (826): An Annotated Translation, University of Virginia,1996, p.168.

[11] La datación de esta obra es controvertida. Para una discusión al respecto: Alejandra de Riquer, “Introducción” en Eginhardo, Vida de Carlomagno, Madrid, Gredos, 1999, p. 20-29.

[12] David Ganz, “Einhardus peccator” en, Janet L. Nelson and Patrick Worlmad (eds.), Lay Intellectuals in the Carolingian World, New York, Cambridge University Press, 2007, p. 44.

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