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Caída de Simón el Mago. Capitel, Basílica de Saint-Sernin, siglo XI.

La Subversión de la Palabra. La herejía en la alta Edad Media.

Laura Alcántara Duque.

Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

Moisés transmitió su mensaje a través de la palabra y no de la imagen. El verbo, la palabra de Dios dada a los hombres para guía de su vida y su salvación, era la manifestación de Él en la vida terrenal y también era un vehículo de dominación.[1]  Durante la Edad Media el acceso a esta palabra garantizaba la pertenencia a una comunidad que dotaba al sujeto de prerrogativas específicas, que velaban por su seguridad y manutención además de –recíprocamente– sujetarlo a ciertas obligaciones sin las cuales sería un paria. En tanto la sociedad medieval se concebía como eminentemente cristiana, la cohesión de ésta se daba a partir del rito y los discursos cristianos. Así pues, cada estrato social cumplía una función de acuerdo a la relación establecida entre la vida material y la vida espiritual. Cada uno hacía lo propio para mantener el engrane del mundo funcionando, con el fin último de alcanzar la salvación eterna.[2]

La palabra divina estaba para ser escuchada. Parecería que una de las condiciones para pertenecer a la Cristiandad era la recepción, casi pasiva, de la palabra. Y el clero, estamento encomendado a difundirla, mantenía, gracias a ello, una situación material por encima de gran parte de la población, pues gozaba de potestades jurídicas y sociales sobre ella. De esa forma, se establecía una lectura y un discurso concreto de las Escrituras, es decir, se planteaba una serie de límites formales e interpretativos dentro de los cuales el clero debía realizar su apostolado.

Así fue, o más bien, así se intentó que fuera. Fue común la aparición de individuos o grupos –organizados o improvisados– que rebatían la exclusividad de la palabra divina en los clérigos. Muchos eran los motivos por los cuales se rechazaba la restricción impuesta para aproximarse directamente a ella. La vida clerical distaba, en diversos momentos y regiones, de ser tan pura y espiritual como demandaban los cánones.

La palabra no podía ser difundida por cualquiera, pues se corría el riesgo de que se interpretara fuera de los cánones y, entonces, surgiera la herejía. Sin embargo, con mayor frecuencia de lo que se piensa, se trató de romper con este monopolio, intentando quitar la palabra al orden sacerdotal porque no se les consideraba dignos de transmitirla. Es en ese momento donde se subvierte el orden impuesto y se reconoce que el verbo está a disposición de los simples y de los laicos. Se eliminaban, así, las barreras sociales impuestas y se abrían posibilidades de generar una igualdad de funciones que trastocaba el orden imaginado y precariamente establecido. Un orden construido poco a poco y un poder que se afianzaba paulatinamente.

Si un simple se hacía del verbo cabía la posibilidad de que pervirtiera y modificara la verdad aceptada, garante del status quo. La herejía es, entonces, el error al interpretar o valorar los cánones eclesiásticos y los textos fundadores del cristianismo. Pero ¿de acuerdo con qué criterio, con qué objetivo y bajo qué términos tiene lugar el error?

Caída de Simón el Mago. Capitel, Basílica de Saint-Sernin, siglo XI.

Caída de Simón el Mago. Capitel, Basílica de Saint-Sernin, siglo XI.

La construcción de la fe correcta, adecuada y verdadera es constante. Obedece, principal aunque no únicamente, a dos cuestiones: qué es lo que se quiere combatir y qué tipo de poder se quiere edificar. Durante el Imperio Carolingio, por ejemplo, bajo la tutela de Carlo Magno se formaban intelectuales en la corte, que posteriormente eran enviados a los monasterios sujetos a su dominio. Uno de los intelectuales más prominentes de esta corte fue Alcuino de York, quien colaboraba para consolidar el poder centralizado de los carolingios; él explotó una forma específica de transmisión para la creación de textos especializados, destinados a un grupo de gente preparada para entenderlos. Se esforzó así por dividir la preparación y la redacción de medios de transmisión de esa palabra (textos) para después difundirlos, probablemente en lengua vernácula. Se reafirmaba así la categoría de oyentes de la grey. Se controlaba, así, la manera en la que la Iglesia establecida, patrocinada por el poder, hacía llegar la directriz cristiana a sus fieles.

Pero sólo podía controlarse en primera instancia, porque lo dicho siempre tendrá la posibilidad de modificarse en la predicación vernácula. Un cambio que se propicia y permanece en la oralidad.

 

[1] Peter Brown, El primer milenio de la cristiandad occidental, Barcelona, Crítica, 1997, p. 253 (La Construcción de Europa)

[2] Sobre el orden social medieval y la justificación religiosa de cada grupo social, así como de la jerarquía que ocupaban vid  Georges Duby, Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo, traducción de Arturo R. Firpo, Madrid, Taurus, 1992 [1978], 460 págs.