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Traductores ibéricos en el siglo XII y la supuesta Escuela de Toledo

Alexis Rivera Luque

Facultad de Filosofía y Letras-UNAM

Cuando madame D’Alverny denominó collectio Toletana[1] al grupo de textos islámicos traducidos del árabe al latín entre 1142 y 1143 para la polémica anti-islámica de Pedro el Venerable,[2] lo hizo bajo la consideración de que los autores de las traducciones habrían estado relacionados con la ciudad de Toledo, en particular con el “círculo”conocido como la Escuela de Traductores de Toledo.

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La idea de D’Alverny es obvia si pensamos que uno de los traductores de la collectio Toletana fue un tal Pedro de Toledo, además de que la supuesta escuela, según se juzgaba comúnmente, habría sido el más reconocido de los centros de traducción en la península.[3] Así, una lista tradicional de los traductores asociados con ella incluiría a Juan de Sevilla, Herman de Carintia, Robert de Ketton, Avendauth, Domingo Gundisalvo, Gerardo de Cremona y Marcos de Toledo, entre otros.[4] A continuación distinguiremos entre los traductores relacionados con la ciudad de Toledo y los traductores del norte de Iberia, relacionados con la traducción del corpus de Pedro el Venerable, además de que haremos algunas anotaciones acerca de la llamada Escuela de Traductores de Toledo.

La noción de esta ‘Escuela’, de cuya existencia ya dudaba Haskins,[5] apareció en 1843 de la mano de Amable Jourdain, quien introduce el término “collège de traducteurs” para referirse a un cierto grupo de traductores que habría trabajado en la versión de obras árabes hacia el latín bajo el auspicio de Raimundo, arzobispo de Toledo, entre 1126 y 1152.[6] El grupo al que se refiere Jourdain, no obstante, sería uno muy reducido, compuesto únicamente por dos personajes: Juan de Sevilla y Domingo Gundisalvo. De éstos dos, como recuerda Rucquoi, sólo el primero iniciaría “su labor de traducción muy pocos años antes de la muerte del arzobispo”.[7] La identidad de Juan de Sevilla aún no se ha dilucidado con certeza, por lo que la atribución de sus traducciones es provisional.[8] Como señala Burnett, “es posible aislar un grupo de textos traducidos por el mismo académico, cuyo nombre aparece como ‘Iohannes Hispalensis’”.[9] Estas traducciones son:

  1. Secretum secretorum de un Pseudo Aristóteles.
  2. De differentia spiritus et animæ de Qusṭāibn Lūqā, dedicado a Raimundo de Toledo.
  3. Liber in scientia astrorum de al-Fargāni.
  4. Liber introductorius ad magisterium iudiciorum astrorum de al-Qabīṣī.
  5. De nativitatibus (los horóscopos al nacimiento) de ‘Umar bin al-Farrujān al-ṭabarī.
  6. Introductorium in astronomiam de Abū Ma‘šar.
  7. De interrogationibus de Māšā’a-llāh.
  8. De rebus eclipsium de Māšā’a-llāh.
  9. De imaginibus de Ṯābit bin Qurra.

El nombre del segundo de ellos, Domingo Gundisalvo (c. 1120-1184), aparece en el cabildo toledano una década después de la muerte del arzobispo Raimundo entre los años 1162 y 1178.[10] Algunas de las traducciones que comúnmente se le atribuyen son:[11]

  1. De scientiis de al-Fārābī.
  2. Liber al-Kindi de intellectu de al-Kindī.
  3. De intellectu et intellecto de Alejandro de Afrodisias.
  4. De intellectu de al-Fārābī.
  5. Fontes quæstionum probablemente de al-Fārābī.
  6. Liber exercitationis ad viam felicitatis de al-Fārābī.
  7. Liber de definitionibus de Isḥāq al-Isrā’īlī.
  8. Liber introductorius in artem logicædemonstrationis atribuido a los Ijwān as-Safā.
  9. Logica et philosophia algazelis de al-Gazālī.
  10. Metaphysica Avicennæde Avicena.
  11. De convenientia et differentia subiectorum de Avicenna, traducido de una obra desconocida de Avicena.
  12. Fons vitæde Ibn Ŷabīrūl.

A pesar de que suele insistirse que el arzobispo Raimundo sería el promotor y mecenas de la actividad traductora en Toledo,[12] la figura más notable de este ámbito en aquella época aparece en el cabildo toledano hasta 1157, pocos años después de la muerte del arzobispo. Se trata de Gerardo de Cremona (1114-1187), “responsable de al menos 70 traducciones de filosofía, astronomía, matemáticas, medicina, alquimia y adivinación”.[13] Algunas de sus traducciones son:[14]

  1. Analytica posteriora de Aristóteles.
  2. Physica de Aristóteles.
  3. De cælo de Aristóteles.
  4. De gen. et corr. de Aristóteles.
  5. Meteora i-iii de Aristóteles/Ibn al-Biṭrīq.
  6. Liber de causis de un Pseudo Aristóteles.
  7. De sensu et sensibilibus de Alejandro de Afrodisias.
  8. In Aristotelis analytica posteriora commentarius de Temistio.
  9. De quinque essentiis de al-Kindī.
  10. De somno de al-Kindī.
  11. De ratione de al-Kindī.
  12. De scientiis de al-Fārābī.
  13. De elementis de Isḥāq al-Isrā’īlī.
  14. De definitionibus de Isḥāq al-Isrā’īlī.

En cuanto a Avendauth, de ser identificable con Abraham bin Dāwūd, filósofo cordobés que huiría de la persecución árabe en su ciudad, sabemos que se asentaría en Toledo alrededor del año 1160. Éste traduciría, junto con Domingo Gundisalvo, el tratado dedicado al alma del Kitāb aš-Šifā’ (El libro de la curación) de Avicena.[15]

Ya en el siglo XIII aparece Marcos de Toledo, presente en los archivos de la catedral entre el 16 de marzo de 1193 y el 17 de marzo de 1216. Es el autor de una versión íntegra del Corán al latín —terminada entre julio de 1209 y junio de 1210—, así como de la traducción de tres tratados médicos de Galeno —incluidos en un corpus Galenicum usado posteriormente para la enseñanza de medicina—y de tres tratados de teología islámica de Ibn Tūmart.[16]

"Machvmetis Saracenorvm Principis eivsq́ve svccessorvm vitae, ac doctrina, ipséqve Alcoran", impreso en Basilea (ca. 1542)

“Machvmetis Saracenorvm Principis eivsq́ve svccessorvm vitae, ac doctrina, ipséqve Alcoran”, impreso en Basilea (ca. 1542)

Sin ninguna conexión documental entre ellos, aparte de este grupo de traductores relacionados con la ciudad de Toledo aparecen los tres traductores asociados con el corpus de textos islámicos traducidos para Pedro el Venerable. La actividad de los primeros dos, Herman de Carintia y Robert de Ketton, se desarrolla en los alrededores del Ebro en ciudades como León y Pamplona y se puede rastrear desde 1138 y 1140 respectivamente. Desde aquella época los encontramos como un equipo de traductores de obras matemáticas y astrológicas del árabe al latín cuya relación está bien atestiguada por las referencias mutuas en sus obras. Más adelante, entre los años de 1142 y 1143, serían contratados por Pedro el Venerable para realizar las traducciones correspondientes a la llamada collectio Toletana o, mejor, corpus Islamolatinum.[17]El más prolífico traductor de éstos dos parece haber sido Herman de Carintia, cuyos trabajos enumeramos a continuación:[18]

  1. Probablemente una versión de los Elementa de Euclides.
  2. Fatidica de Sahl bin Bišr.
  3. Probablemente el tratado De spheris de Teodosio de Bitinia.
  4. Probablemente las tablas astronómicas, el Ziŷ, de al-Jwārizmī.
  5. Planispherium de Ptolomeo.
  6. Maius introductorium de AbūMa‘šar.
  7. Probablemente el De revolutionibus nativitatum de AbūMa’šar.
  8. Probablemente el Quadripartitum de Ptolomeo.
  9. De generatione Mahumet de Sa‘īd bin ‘Umar para el corpus Islamolatinum lo mismo que el siguiente.
  10. Doctrina Mahumet atribuido a ‘Abdullāh bin Salām.

Por otra parte, las traducciones conocidas de Robert de Ketton son las siguientes:[19]

  1. Judicia de al-Kindī.
  2. La llamada versión/compilación ii de los Elementa de Euclides, atribuida anteriormente a Adelardo de Bath.
  3. Chronica mendosa Saracenorum. El original de esta obra todavía no ha sido identificado.
  4. La traducción del Corá para el corpus Islamolatinum.

Acerca de la existencia de Pedro de Toledo, el tercer traductor asociado con el corpus Islamolatinum, apenas sabemos por su participación en dicho proyecto, para el cual tradujo la llamada Apologia al-Kindi, un par de cartas ficticias en las cuales un musulmán le expone los preceptos de su fe a un cristiano y éste le responde con una refutación de sus argumentos.[20]

El hecho de que nunca hubo —o al menos no se ha descubierto— una relación entre los traductores del norte de la península y los asociados con la ciudad de Toledo es una cuestión aceptada por los especialistas hoy en día; de ahí, por ejemplo, que la denominación de la colección de texto de Pedro el Venerable haya pasado de collectio Toletana a corpus Islamolatinum. Más aun: es cierto que, de haber existido un centro especializado en traducciones como se ha sugerido que pudo ser la ‘Escuela de Traductores de Toledo’, una relación entre estos dos grupos pudo haber tenido lugar. No obstante, el consenso académico cada vez se aproxima más a determinar categóricamente que esta supuesta escuela nunca existió como tal,[21] sino que simplemente se puede hablar, como ya intuía Haskins, de una “sucesión de traductores”avecindados en la ciudad.[22]

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[1] Ver GonzálezMuñoz, “Peter of Toledo”, en Thomas y Mallet, ed., Christian-Muslim Relations. A Bibliographical History. Volume 3 (1050-1200). Brill, Leiden/Boston, 2011.

[2] Weber, “Domingo Gundisalvo”, en T. Glick, S. J. Livesey y F. Wallis, ed., op. cit, p. 209; Pergola, op. cit., p. 8.

[3] Ver nota 5.

[4] Burnett, “Robert of Ketton (fl. 1141-1157), en Oxford Dictionary of National Biography [en línea]. Oxford, Oxford University Press, 2004. <http://www.oxforddnb.com/view/article/23723>. [Consulta: 1 de noviembre, 2014].

[5] Ver Burnett, “Arabic into Latin in Twelfth Century Spain. The Works of Hermann of Carinthia”, en Mittellateinisches Jahrbuch, núm. 13. Stuttgart, Henn, 1978, p. 101.

[6] Burnett, “The Coherence of the Arabic-Latin Translation Program in Toledo in the Twelfth Century”, en Science in Context, núm. 14, vol. 1/2. Cambridge, Cambridge University Press, 2001, p. 252.

[7] Burnett, “Mark of Toledo”, en T. Glick, S. J. Livesey y F. Wallis, ed., op. cit, pp. 327-328.

[8] Ver nota 1.

[9] Ver Burnett, “Arabic into Latin in Twelfth Century Spain. The Works of Hermann of Carinthia”, en Mittellateinisches Jahrbuch, núm. 13. Stuttgart, Henn, 1978, p. 101.

[10] Rucquoi, op. cit., p. 4.

[11] Hasse, “The Social Conditions of the Arabic-(Hebrew-)Latin Translation Movements in Medieval Spain and in the Renaissance”, en A. Speer, Wissen über Grenzen. Arabists Wissen und lateinisches Mittelalter. Berlín/Nueva York, Walter de Gruyter, 2006, p. 71.

[12] Hasse, Twelfth-Century Latin Translations of Arabic Philosophical Texts on the Iberian Peninsula[en línea]. Villa Vigoni, 27 de junio, 2013. <http://www.philosophie.uni-wuerzburg.de/fileadmin/EXT00246/_temp_/Hasse_VillaVigoni_March2014.pdf>. [Fecha de consulta: 6 de septiembre, 2015]. Esta lista sólo contempla las traducciones de textos filosóficos efectuadas por Gerardo de Cremona.

[13] Rucquoi, op. cit., p. 5.

[14] Weber, “Domingo Gundisalvo”, en T. Glick, S. J. Livesey y F. Wallis, ed., op. cit, p. 209. Una lista similar puede encontrarse en Cárdenas, “González, Domingo (Dominicus Gundisalvus)”, en E. M. Gerli, ed., Medieval Iberia. An Encyclopedia. Nueva York, Routledge, 2003, pp. 365-366.

[15] El nombre que más recientemente se ha adoptado para denominar a esta collectio es el de corpus Islamolatinum. Ver Martínez Gázquez, “‘Islamolatina’. La percepción del Islam en la Europa cristiana. Traducciones latinas del Corán. Literatura latina de controversia”, en Medievalia, núm. 15. Barcelona, Institut d’Estudis Medievals, 2012, 39-42. Para más información acerca del grupo que lleva a cabo esta investigación ver http://grupsderecerca.uab.cat/islamolatina/.

[16] Ver D’Alverny, “Quelques manuscrits de la Collectio Toletana”, en G. Constable y J. Kritzeck, ed., Petrus Venerabilis 1156-1956. Studies and Texts Commemorating the Eighth Centenary of His Death. Roma, Herder, 1956, pp. 208-218.

[17] Ver Burnett, “A Group of Arabic-Latin Translators Working in Northern Spain in the Mid-12th Century”, en Journal of the Royal Asiatic Society, núm. 109, vol. 1. Cambridge, Cambridge University Press, 1977, p. 62.

[18] Pergola, Apud urbem Toletanam in capella sanctæ trinitatis: Medieval Translators in Spain and the Toledo Affair [en línea]. Londres, University College London, 31 de enero, 2013. <https://www.ucl.ac.uk/translation-studies/translation-in-history/documents/PERGOLA_Apud_Urbem_Toletanam__28UCL_Lecture_Series_29.pdf>. [Fecha de consulta: 6 de septiembre, 2015].

[19] Ver Haskins, Studies in the History of Medieval Science. Cambridge, Harvard University Press, 1924, pp. 12-13.

[20] Jourdain, Recherches critiques sur l’âge et l’origine des traductions latines d’Aristote. París, Joubert, 1843, pp. 108 y 119.

[21] Rucquoi, “Las rutas del saber: España en el siglo xii”, en Cuadernos de Historia de España, núm. 75. Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1998-1999, p. 5. El paginado que seguimos aquí es el que aparece en la versión en línea del artículo, ver https://www.academia.edu/4259085/Las_rutas_del_saber._España_en_el_siglo_XII. [Fecha de consulta: 5 de septiembre, 2015].

[22] Ver Burnett, “John of Seville and John of Spain: A mise au point”, en Bulletin de Philosophie Médiévale, núm. 44. Turnhout, Brepols Publishers, 2002, pp. 59-78.

[23] Burnett, “John of Seville”, en T. Glick, S. J. Livesey y F. Wallis, ed., Medieval Science, Technology, and Medicine. An Encyclopedia. Nueva York, Routledge, 2005, pp. 292-293. La traducción es mía.

Sobre las 100 herejías de Juan Damasceno (675-749)

Iván Salgado García.

Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

Hace un par de años, en el Seminario Interdisciplinario de Estudios Medievales (SIEM), comenzamos un proyecto de investigación y traducción del texto Sobre las 100 herejías de Juan Damasceno (675-749), una experiencia muy fructífera para los traductores y para aquellos que han tenido oportunidad de ver los primeros avances de este trabajo.

Cabe mencionar que éste fue el primer proyecto de traducción de textos griegos medievales en el SIEM y en la propia UNAM. Durante el proceso nos hemos encontrado con aspectos que han servido para constituir una metodología que aplicaremos en proyectos posteriores de esta naturaleza.

El texto en la obra de Juan Damasceno

Sobre las 100 herejías –en griego, περ αρέσεων y en latín, de haeresibus– es la segunda de tres partes de la Fuente de la sabiduría (πηγ γνώσεως), obra que le dio a su autor la fama que goza entre los Padres de la Iglesia. Fue compuesta por Juan Damasceno alrededor del 743[1], a petición de uno de sus compañeros de la Gran Laura de San Sabás y es un primer intento de organizar, de manera racional, todo el conocimiento relacionado con la fe cristiana, algo similar a la summa theologica de Santo Tomás.

La primera parte se titula Dialéctica, donde se resumen y definen algunos términos relacionados con la teología. La segunda parte, la que nos interesa, es el Libro de las herejías, donde se exponen las falsas doctrinas que han tenido lugar a lo largo de la historia del cristianismo. Para describir las primeras 24 herejías se tomó, casi íntegro, el texto de Epifanio de Salamina (ca. 310-403); el resto de la descripción abrevó de otros autores pero en su mayoría es de la autoría de Damasceno; su mayor aportación a la historia de las religiones es el apartado final, dedicado al Islam. Una tercera sección se titula Sobre la fe ortodoxa, donde se tratan temas como la unidad de Dios, la creación, la historia de la salvación entre otros. En suma, se trata de un resumen de siete siglos de doctrina cristiana.

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san Juan Damasceno. Icono del siglo XIV, monasterio del monte Athos

El texto de la segunda parte, sobre las herejías, se divide en secciones de magnitud dispar. La primera de ellas contiene los cuatro prototipos de todas las herejías: Barbarismo, Escitismo, Helenismo y Judaísmo. Es curioso notar que, en la parte relativa al Helenismo, se considera como principal falta el hacer esculturas, probablemente relacionado con la fama que gozaba el arte griego en todo el imperio romano; también es digno de nota el hecho de que las doctrinas filosóficas se incluyan como herejías, a saber, el Pitagorismo, los Platónicos, los Estoicos y Epicúreos. En la primera sección también se enumeran algunos sectores judíos como los fariseos, los saduceos y los escribas.

La segunda sección contiene las herejías posteriores a la venida de Cristo. Cuando se escriben algunas ya conocidas, como los gnósticos, no se ahonda en sus creencias sino solo en las regiones que habitan, probablemente porque, en esa época, no era necesario explicarlas. También se incluyen algunas herejías menos populares, como los Basilidianos, que creían en la existencia de 365 órbitas celestes, cada una con distinto nombre angélico; o los Cerintianos, que decían que Dios no había creado el universo sino que había sido obra de los ángeles. Están enlistados también los Valentinianos, que creían en eternidades y tiempos que, a la vez, eran macho-hembras y que habían sido creados por un padre de los universos. Mención aparte merecen los Tolemaicos, quienes se parecían a los Valentinianos por sus ideas del universo y la conjunciones de los astros.

En la tercera sección hay trece herejías, casi todas de origen oriental. Algunas son de fácil identificación, como los Setianos, en referencia al dios egipcio, y algunas otras de menos renombre, como los Ofitas, que adoraban a una serpiente por considerar que se trataba de Cristo; o los Cayanos, que veneraban a Caín y a Judas. De características parecidas eran los Severianos, que rechazaban el vino y al sexo femenino.

Encratitas, Catafriges, Pepucianos, Tesaresquedecatitas, Álogos y Adamianos son algunas de las herejías de la cuarta sección, también están ahí los Noecianos, que decían que Cristo era algo así como un hijo-padre; los Cátaros, que no aceptaban penitencia por sus pecados y rechazaban la bigamia; los Angélicos, que ya no existían cuando se compuso la obra, pero que se llamaban así porque porque invocaban a los ángeles en sus oraciones; los Valesios, que abnegaban de los profetas y de las leyes y que, en su mayoría, eran eunucos. También se enlistan en esta sección los Origenianos, que afirmaban que tanto Cristo como el Espíritu Santo eran creados.

La quinta sección comienza con la herejía 65, los Paulianistas. Aquí también se enumera a los Maniqueos, que adoraban al sol y a la luna como si se trataran de Cristo y blasfemaban sobre el Viejo Testamento; a los Melecianos, que en Egipto ya eran considerado cismáticos por haberse separado de los que renegaron de su fe en las persecuciones, y a los Arrianos que, al igual que los Origenianos, sostenían que Cristo y el Espíritu Santo fueron creados y que Cristo no compartía ni había tomado el alma de María.

La sección seis, que incluye siete herejías, enlista a los Audianos, Fotinianos, Marcelianos, Seminarianos, Erianos y Ecianos; los últimos decían que no se debían hacer sacrificios a los muertos ni se debían guardar ayunos en las fechas acostumbradas, ni siquiera en la temporada de Pascua; otra de sus doctrinas consistía en igualar en autoridad al sacerdote y al obispo.

La sección siete es pequeña, incluye sólo cuatro herejías, de las que se dan datos muy generales. Sin embargo, se hace énfasis en la número 77, los Dimocritas, que también se hacían llamar Apolinaristas y que, al interpretar de manera muy literal la frase “y el verbo se hizo carne”, sostenían que Cristo no era perfecto pues era sólo carne y nunca se dijo que tuviera alma. Pero, el principal objeto de atención en esta sección son los Masalianos, al grado de que, incluso, se enlistan los puntos relevante de su doctrina, entre los cuales aparecen algunos muy interesantes, como el primero, que dice que “Satanás vive de manera personal con el hombre y lo domina en todos los aspectos.”

A partir de la sección ocho se enumeran las herejías que existieron después del papado de León I, entre ellas los Nestorianos, Eutiquianistas, Egipciacos, Agnoetas, Barsanofitas, Ilicetas, Heliotropitas, entre muchos otros, como los Tnetophiquitas, que decían que el alma de los hombres es idéntica a la de los animales; los Agoniclitas, que nunca se hincan para orar, y los Cristolitas, que decían que el cuerpo de Cristo se quedó en la tierra y sólo su divinidad subió al cielo.

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Monasterio de Mar Saba

La última sección incluye a los Monoteletas, que afirmaban que Cristo participaba de dos naturalezas, pero que tenía sólo una voluntad y una persona; los Autoproscoptas, que eran, en todo, ortodoxos pero que se apartaron de la Iglesia católica por una diferencia en la interpretación de determinados cánones y, por último, la herejía que Juan Damasceno llama “seductora de los pueblos” los Ismaelitas, seguidores de un tal Mahommed, que, entre otras cosas, negaban que Cristo hubiera muerto en la cruz, adoraban ídolos y tenían falsos profetas.

Esta sección es la más larga de todo el tratado y constituye uno de los primeros testimonios de la existencia del Islam y de la visión que los cristianos tenía de esta religión. Por ello, el Seminario Interdisciplinario de Estudios Medievales ha decidido traducirlo y estará disponible en línea y de forma impresa en 2014. Por ahora es posible consultar, de manera fiable, la traducción latina de J. P. Migne, disponible en línea gracias al sitio web Documenta Catholica Omnia.


[1] Raymond Le Coz, Jean Damascene, écrits sut l’Islam. Présentation, commentaires et traduction. (Sources Chrétiennes 383). Les Éditions du Cerf. Paris. 1992. 272 pp.